"No queda más remedio que acelerar la transición energética" | Beatriz Roldán, directora en el Instituto Fritz Haber de Berlín



Una española está al frente de dos de los cinco departamentos del prestigioso Instituto Fritz Haber de Berlín, adscrito a la Sociedad Max Planck, que ha dado 30 premios Nobel desde su fundación en 1911. Hasta ahora, ninguna mujer científica había escalado tan alto. Es nieta de mineros de la cuenca asturiana, tiene a su cargo más de 120 investigadores y, entre otras cosas, profundiza en las posibilidades del hidrógeno verde, “uno de los vectores con más futuro”.

Por Pilar Ortega

¿Puede resumir cuál es su trabajo en el Instituto Fritz Haber?

Mi trabajo tiene muchas vertientes, entre las que figura asesorar al Gobierno de Alemania en temas relacionadas con la transición energética, que necesitamos acelerar para mitigar los daños del cambio climático.

Parece que el hidrógeno verde es el futuro de la energía.

Ya sabemos que la temperatura del planeta está aumentando a un ritmo más rápido del que pensábamos. No queda más remedio que buscar alternativas no contaminantes y la del hidrógeno verde es una auténtica y muy real, que se puede obtener por la disociación de la molécula de agua. Julio Verne, en su novela ‘La isla secreta” (1870), ya anticipó este uso del agua: “El agua es el carbón del futuro”, decía. “La energía de mañana es agua que debe partirse (disociarse) con electricidad”.

¿Cree que el hidrógeno renovable debería estudiarse en las escuelas?

Sin ninguna duda, lo mismo que el cambio climático. Tenemos la obligación de educar a nuestros hijos en las “3R”: reducir, reciclar, reutilizar. Cada persona puede contribuir a salvar el planeta y esto tiene que venir acompañado de una sociedad más sostenible. Los científicos tenemos una gran responsabilidad.

¿Qué otras utilidades prácticas tiene su trabajo?

Hacemos investigaciones para convertir el gas invernadero CO2 en productos químicos que se puedan reutilizar en la industria. Por ejemplo, etileno para la producción de polímeros, o etanol como carburante. En este momento, también lideramos grandes proyectos de investigación con tres empresas alemanas (Siemens, BASF y Clariant), relacionados con el desarrollo de nuevos materiales catalizadores.

Vd. dirige a más de 100 investigadores. ¿Cómo lleva tanta responsabilidad?

Tengo a mi cargo 120 personas. Eso requiere mucha dedicación y rodearse de personas competentes para delegar y desarrollar ideas y proyectos innovadores. Estoy con científicos de varias disciplinas -Física, Química, Ingeniería Química y Ciencia de Materiales- porque los problemas complejos sólo se pueden resolver mirándolos desde distintas perspectivas. Siempre me faltan horas en el día. Pero si tus trabajadores te ven motivada, es más fácil que compartan tu entusiasmo por el descubrimiento científico.

¿Cómo fue a parar a Alemania?

Mi salida de España se la debo a un profesor de Oviedo, Francisco Salas, quien me animó a irme fuera. Me fui en 1998 porque en Asturias había pocos recursos. En Alemania hemos tenido durante 16 años a una canciller, Angela Merkel, que era que era física y decidió invertir en talento dentro y fuera de Alemania. Mi doctorado me lo financió el Gobierno alemán.

¿Cómo explica su trabajo a su entorno “no científico”? ¿Se siente una rara?

No. Lo importante es tener una capacidad didáctica para adaptarte al nivel del interlocutor. Esa habilidad también la necesito cuando hablo con parlamentarios alemanes. Cuando di mis primeras clases de Física en Estados Unidos, tenía 26 años y mis alumnos eran casi de mi edad. Pensaban que yo era otra alumna y no me tomaban en serio, pero me hice rápido con la clase (350 alumnos).

¿Son fundamentales los premios para que un científico siga motivado?

Los premios no afectan mi motivación, porque no hay dinero que pague el esfuerzo y los sacrificios personales de los últimos 25 años… Un científico hace lo que hace por motivación intrínseca. Pero sí ayudan a que se me respete como mujer y científica, que no es tarea fácil. Ayudan a promover mis investigaciones, a conseguir más fondos y a que te conozcan en distintos campos y hacer conexiones con otros científicos y con miembros de la industria. También sirven para motivar a la nueva generación de investigadores.

¿No le gustaría ejercer su carrera profesional en España?

Sí. Cuando me fui de Asturias, pensé que sería una estancia temporal, pero he tenido muchas oportunidades fuera de España y nunca en mi país. Uno nunca es profeta en su tierra. Sin embargo, mi arraigo con España es muy fuerte y no descarto volver en el futuro si surge una oportunidad laboral para mí con suficientes recursos.

¿Qué es lo que más echa de menos de España?

A mis padres y a mi hermana. La vida del científico llega a ser muy solitaria. Se forjan amistades duraderas con colegas, pero nunca reemplazan a la familia.

¿Y qué dice de Asturias?

He estado en muchas partes del mundo y en los mejores hoteles, pero como en Asturias no se está en ningún sitio. Asturias tiene un potencial tremendo como nexo de distribución de hidrógeno verde a Europa por su localización y puertos de alto calado (Gijón). Tenemos una oportunidad muy buena de revitalizar la región y de que salga de la crisis tras el fin de la industria minera.

¿Cuándo supo que lo suyo era la ciencia?

Muy temprano, desde niña. Quería ser astronauta, pero no se podía estudiar Astrofísica en Asturias y mi familia no me podía mandar fuera, así que me quedé en Oviedo y estudié Física del Estado Sólido. Mi primera conferencia la di en mi colegio (Noega) en Gijón, escribiendo a mano las transparencias con 8 años. Mis padres siempre me motivaron.

¿Hacía muchas trastadas de niña para entender cómo funcionaba el mundo?

Alguna que otra… Siempre tuve mucha imaginación y sabía convencer a otros para que me siguiesen. Uno de mis pequeños líos fue cuando construí unas alas (con 5 años) y convencí a un niño algo mayor para que volara desde un pequeño montículo en Asturias. Por supuesto, las alas no aguantaron el peso y el niño se cayó de narices, pero sin graves consecuencias. Entonces aprendí lo importante que es la seguridad en el trabajo.

¿Cuáles eran sus sueños infantiles?

Volar, ser astronauta… Di alguna clase de vuelo de avioneta en Alemania, pero me mareaba y eso truncó mi sueño espacial… Ahora hago las observaciones del cielo desde la tierra en mi tiempo libre.

Es madre soltera de mellizos. ¿Cómo concilia la ciencia con la familia?

Es extraño aún ver a una investigadora en una conferencia con un carro gemelar rojo por los pasillos. Al principio me veían como algo raro, pero ahora mis niños ya tienen 8 años y forman parte de mi comunidad científica, porque mis colegas los han visto crecer. Tuve que luchar contra muchos prejuicios… Si viajaba con los niños, era mala científica porque no podía participar en las discusiones “after-hours”. Si los dejaba en casa con niñeras, era mala madre… Al final, me aislé de las opiniones externas.

¿En qué le gusta invertir su tiempo libre?

Intento correr todos los días, me encanta hacerlo en la playa en Gijón cuando estoy en Asturias, aunque mis verdaderas pasiones son el submarinismo y la fotografía subacuática.

Lo que está claro es que usted ya ha hecho historia en el ámbito de la ciencia. ¿Sueña con ser la Madame Curie española?

Marie Curie fue un ejemplo para todas las mujeres en la ciencia. Consiguió dos premios Nobel en 1903 y 1911. Desde entonces, ha habido pocos más para mujeres. Soñar con un Nobel siendo mujer es como querer que te toque la lotería sin comprar un décimo… Mis sueños son más modestos… Me gustaría retirarme de la ciencia a una edad avanzada sabiendo que mi vida ha contribuido a hacer un mundo mejor.

PREGUNTAS CON ENERGÍA

¿Estamos a tiempo de revertir el cambio climático?

No vamos a poder revertir lo que ya hemos hecho, pero hay que luchar para que no vaya a más sin tener que volver a las cavernas… El cambio climático va más rápido de lo que esperábamos y las consecuencias, como los incendios, la sequía, las inundaciones, el deshielo polar, etc., ya las estamos sufriendo. No nos queda más remedio que acelerar el proceso de transición energética. Y eso requiere un esfuerzo global, si no queremos perder vidas por desastres naturales o, en el peor escenario, por la falta de comida.