Su presidente es Carles Navarro (Barcelona, 1964) quien, desde diciembre de 2018, es asimismo el presidente de la Comisión de Desarrollo Sostenible y Medio Ambiente de CEOE y desde 2019, presidente del Salón Internacional Expoquimia de Fira de Barcelona, el principal evento del sector químico en el sur de Europa.
Por Unai Prieto
¿Qué significa para usted ser el máximo exponente de una organización como FEIQUE?
Es a la vez un honor y una responsabilidad. El químico es, sin duda, un sector complejo por la heterogeneidad de sus más de veinte subsectores, pero con denominadores comunes como la fuerte internacionalización (exportamos el 60% de lo que producimos), la intensidad innovadora (generamos el 20% de toda la I+D+i que realiza el conjunto de la industria española) y el carácter esencial de nuestros productos, tanto para el desarrollo de la práctica totalidad de las actividades productivas como para dar respuesta a demandas tan extremas como las producidas a raíz de la pandemia.
¿Cómo ha afectado la pandemia al sector químico?
Precisamente durante la pandemia se ha puesto de relieve nuestro carácter esencial. Piense que de este sector depende la disponibilidad de agua potable, medicamentos y vacunas, oxígeno medicinal, geles hidroalcohólicos o productos para la desinfección, entre muchos otros. Por suerte, tenemos capacidades productivas que nos han permitido atender el incremento de la demanda y capacidades técnicas para modificar procesos y adecuarlos a las necesidades de cada momento.
Desde 2018 también es el presidente de la Comisión de Desarrollo Sostenible y Medio Ambiente de CEOE. ¿Cómo están afrontando las empresas españolas la transición hacia una economía baja en carbono?
Tanto la descarbonización como la economía circular son los grandes vectores a integrar en la estrategia de las empresas y desde CEOE tratamos de colaborar con el gobierno para impulsar medidas eficaces para que todo el tejido empresarial, y especialmente el industrial, sea capaz de afrontar estos dos retos con éxito. Es decir, manteniendo la competitividad a medida que avanzamos. Porque el éxito de este proceso radica precisamente en alcanzar la meta sin destruir valor. Y es en este punto donde la comisión, aparte de ser una excelente plataforma de colaboración e intercambio de experiencias entre sectores y empresas, nos permite trasladar a los legisladores nuestra visión y propuestas comunes.
¿Cuáles son los principales retos que tiene el sector químico para lograr esta transformación?
Nuestro papel se desarrolla en dos vías diferentes. No solo afrontamos nuestra propia transición y la de nuestros procesos, sino que también debemos ser capaces de ofrecer soluciones a todas las demás actividades y sectores. Por ejemplo, en el caso del transporte, que es una importante fuente de generación de emisiones, de la química dependerán el desarrollo de combustibles o fuentes de alimentación cada vez más eficientes medioambientalmente. Desde los ecocombustibles de transición o el hidrógeno a la generación de baterías con mayor capacidad de almacenamiento. Estas soluciones aportadas al transporte se reproducen en el caso de la construcción generando materiales con menor huella de carbono y sistemas de aislamiento y eficiencia energética. Por otro lado, en nuestra propia actividad, el objetivo es obviamente la neutralidad carbónica. Los avances han sido ya muy relevantes y el pasado año superamos el 75% de reducción de las emisiones relativas respecto a 1990. Estamos desarrollando tecnologías y procesos innovadores, como es el caso de la fotosíntesis artificial o el uso de materias primas renovables y, lógicamente, seguiremos avanzando en las tecnologías de captura y uso de CO2. En definitiva, seguiremos haciendo lo que hacemos continuamente y que está en nuestro ADN: innovar para dar respuesta a las demandas de la sociedad.
¿Es posible recudir las emisiones de carbono sin que esto afecte a la competitividad o el rendimiento empresarial?
Evidentemente, es necesario que las cargas que asumen los sistemas productivos europeos en su lucha contra el cambio climático dispongan de elementos de compensación para evitar una fuga de carbono que, más allá de generar la pérdida de riqueza y empleo de calidad en Europa, a escala global provocarían el efecto contrario a lo que la UE quiere conseguir a nivel ambiental. No es razonable ni lógico que el acero, el cemento o los productos químicos se produzcan en países con estándares ambientales significativamente menos exigentes. De ahí la necesidad de establecer las menores cargas posibles y, cuando sean difícilmente evitables, diseñar sistemas de compensación para las existentes o mecanismos de protección, como puede ser el ajuste de CO2 en frontera. Por otra parte, es necesario y fundamental que los legisladores exhiban neutralidad tecnológica en su actuación legislativa. Ello no impide que se impulsen determinadas tecnologías con un futuro prometedor, como es el caso del hidrógeno, pero no deberíamos poner obstáculos a los desarrollos de otros avances que pueden alcanzar resultados eficientes por distintas vías.
¿Cree que el gas renovable (biometano, biogás e hidrógeno verde) puede ser una solución de futuro para cubrir las necesidades energéticas de las empresas?
Sin duda será una alternativa junto con otras tecnologías para afrontar la descarbonización. Pero creo que el éxito de cada una de ellas estará vinculado al plazo en el que puedan ser económicamente competitivas a escala global. Otro punto relevante al que tampoco debemos ni podemos renunciar es el carácter transitorio del proceso. Las tecnologías que sean ya viables y permitan reducir el volumen de emisiones, aunque todavía no alcancen la neutralidad completa, deben tener un papel protagonista. No podemos quedarnos esperando a la tecnología perfecta sin actuar, debemos ir implantando aquellas soluciones que transitoriamente nos permitan seguir avanzando.
Y qué me puede decir de las industrias electrointensivas, ¿cómo afrontan un futuro 100% renovable?
Todos los sectores electrointensivos afrontan con preocupación el impacto de los costes eléctricos, que se han ido elevando progresivamente para sufragar, entre otras cosas, las políticas climáticas. En el caso concreto de España, estamos sujetos a una serie de costes regulados muy elevados y con mecanismos de compensación poco efectivos en comparación a los que están establecidos en Francia o Alemania, que son los países con los que en mayor medida competimos.
Entendemos que el Estatuto ha sido un primer paso para cubrir este diferencial, pero el ahorro efectivo que proporciona es todavía poco relevante, aunque al menos ya disponemos de una base a partir de la cual mejorar de forma más significativa en los próximos años. Lamentablemente, la propuesta de instauración del Fondo Nacional para la Sostenibilidad del Sistema Eléctrico (FNSSE) prevé suprimir de facto todos los beneficios que otorgaba el Estatuto y, para los menos intensivos, supondrá un incremento de costes que todavía debemos concretar en función de qué sistemas de compensación y de qué cuantía se establezcan.
En realidad, todas estas acciones se dirigen a un futuro 100% descarbonizado, pero para eso es necesario favorecer mecanismos de captura de CO2, porque más allá del vector energético, hay procesos que inevitablemente seguirán emitiendo dióxido de carbono.
¿Qué impacto puede suponer el FNSSE para su sector?
Pues a tenor del texto con su actual redacción, el impacto anual superaría los 200 millones de euros una vez concluya la traslación completa de los incentivos a renovables. Debemos tener en cuenta que el 60% del consumo de gas en España lo realiza la industria. Y de este 60%, el 21% corresponde a la industria química. Considerando que se estima un impacto total en la factura de la industria de 1.000 millones de euros, la consecuencia en nuestro sector estaría cercana a esos 200 millones.
Está por ver qué mecanismos compensatorios se adoptan finalmente y a quiénes afectan, pero el hecho es que, con la actual propuesta, el Fondo Nacional para la Sostenibilidad del Sistema Eléctrico tendrá un efecto negativo importante sobre la industria intensiva en gas, como ya ha advertido la CNMC. Siempre hemos abogado por extraer los costes de las subvenciones a las renovables del sistema eléctrico, pero evidentemente no para cargarlos a la industria. El planteamiento correcto, a nuestro entender, es su traslado progresivo, o una parte sustancial del mismo, a los Presupuestos Generales del Estado porque al final se trata de una política de Estado que beneficia a todos los ciudadanos. Subsidiariamente, habría que establecer mecanismos de compensación, pero estos siempre tienen el defecto de estar sometidos a la lupa de la Comisión Europea y al riesgo de ser suprimidos o reducidos.
En su opinión ¿cuáles son los grandes beneficios de apostar por energías renovables a nivel empresarial?
Los beneficios son incuestionables porque contribuimos a frenar uno de los elementos con mayor responsabilidad en la generación de gases de efecto invernadero. El objetivo no permite una vuelta a atrás y todas las empresas están comprometidas a alcanzarlo. Creo que el resto de beneficios que puedan lograrse están supeditados al principal y en todo caso dependerán de cada empresa y de su apuesta estratégica, ya sea como consumidor o como generador.
En el sector químico tenemos, sin duda, nuevas oportunidades en negocios orientados a suministrar productos renovables y tecnologías y procesos más eficientes. Al final, de los avances químicos dependerán el desarrollo del hidrógeno, las tecnologías de captura de CO2, lograr baterías que soporten más densidad y más ciclos de carga o incrementar la eficiencia de las células fotovoltaicas.
Lo que considero esencial es que las empresas miren con firmeza hacia adelante. Todos intuimos riesgos, pero en realidad las empresas siempre viven en un entorno complejo, que ahora cambia ciertamente a mayor velocidad. Igual que la química cambió el mundo cuando supimos potabilizar el agua, cuando descubrimos las vacunas o cuando aprendimos a proteger los cultivos, ahora debemos ser capaces de garantizar la sostenibilidad de nuestro planeta. Es uno de los retos más ambiciosos que podemos encarar, pero no albergo dudas de que juntos lo lograremos.
En cuanto al transporte, existen numerosas tecnologías en marcha, ¿qué energías ve mejor posicionadas en un futuro descarbonizado (electricidad, hidrógeno, gas natural…)?
Unas probablemente serán más efímeras que otras, pero todas jugarán un papel importante a lo largo del proceso de descarbonización. Lo que considero un error es no avanzar con todas ellas simultáneamente. Deben implantarse las que logren mayor eficiencia y sean viables, sabiendo que la meta está en la neutralidad carbónica. No podemos ser disruptivos coartando desarrollos tecnológicos que pueden mejorar ostensiblemente lo que tenemos actualmente. En el fondo es como no permitir la administración de vacunas hasta que no garanticemos el 100% de efectividad y el 0% de efectos secundarios.
Por último, ¿cómo va a afectar la crisis sanitaria y económica en la que nos encontramos al mundo de la energía?
Aunque esta crisis, pese a su dureza, es evidentemente coyuntural, creo que afectará de forma fundamental a la hora de mejorar las respuestas de los sistemas sanitarios en todo el mundo, más allá de hábitos higiénicos o preventivos que pueden perdurar más o menos tiempo en la sociedad. También creo que los países diseñarán mecanismos flexibles de gestión de determinados materiales o productos para no depender de terceros.
En el caso de la energía, probablemente el consumo variará como consecuencia de un incremento generalizado del teletrabajo y de las herramientas de teleconferencia. Habrá más consumo residencial y menos comercial y en oficinas, y, simultáneamente, reduciremos el uso de vehículos colectivos, a favor del vehículo particular, así como el uso del transporte a larga distancia. Lógicamente todo ello cambiará la estructura en la demanda de las fuentes primarias de energía, aunque es pronto para evaluar con exactitud el alcance de esta variación.