La voz del experto
España y la nueva geopolítica del gas
En los últimos años se han sucedido transformaciones de alcance en los mercados mundiales del gas. Algunas de esas transformaciones son de carácter global y estructural, y surten efecto a medio o largo plazo y de manera progresiva, mientras que otras son de naturaleza geopolítica y tienen consecuencias más abruptas y disruptivas. Entre las primeras podrían citarse, entre otras, el desarrollo del GNL, la aparición de los consumidores emergentes, el rebrote del nacionalismo energético o la revolución del gas no convencional. Este último, siendo el más reciente, ha experimentado un proceso de aceleración que requiere, a diferencia de los anteriores, de una apreciación más detallada en términos geopolíticos que se abordará más adelante.
Cada una de las transformaciones aludidas se declina en implicaciones regionales diferentes que interactúan de manera dinámica, y España no es una excepción. Hay ejemplos bien conocidos. La apuesta por el GNL ha permitido a nuestro país una gran diversificación y flexibilidad de suministro cuyas externalidades positivas en materia de mayor seguridad energética no siempre son internalizadas por los precios. La emergencia de China ha convertido a sus empresas en actores importantes del mercado energético mundial, en ocasiones en regiones con intereses empresariales españoles, como América Latina o África. Como ha sucedido en ocasiones anteriores, el alza de los precios de las materias primas ha despertado un ciclo alcista de nacionalismo de los recursos que ha sucedido a la anterior fase de bajos precios y políticas de mayor apertura; España ha sido uno de los países perjudicados por la tendencia, pero no el único. Finalmente, la revolución del gas no convencional, aunque restringida por el momento a Estados Unidos y Canadá, tiene también implicaciones globales y, desde luego, para las empresas españolas, cuyos intereses en ambos países se han visto afectados por la transición de un mercado de importación a otro, como mínimo, autosuficiente.
Sobre este agitado paisaje global de fondo se han superpuesto además en los últimos años escenas regionales convulsas que también interpelan a España y sus empresas. El nacionalismo energético ha seguido progresando en América Latina con la sonada irrupción de Argentina en el club de los nacionalizadores. En cambio, otros países, como Colombia, Brasil, Perú, y quizás México si prosperan las reformas propuestas por su nuevo Presidente, se han decantado por posturas más receptivas a la inversión extranjera. Los riesgos que emanan de la región afectan básicamente a la seguridad de las inversiones españolas, y aunque pueden identificarse ambiciones geopolíticas en la actitud de algunos productores como Venezuela y su cortejo bolivariano, es difícil que estas últimas se traduzcan en inseguridad de suministro de gas, dado que España no lo importa de dichos productores. Incluso en ese caso, las empresas españolas están presentes también en esos mercados con proyectos importantes. Aunque no se esperen grandes cambios a corto plazo en la actitud del gobierno venezolano tras la muerte de Chávez, su influjo regional podría adoptar un carácter distinto.
Pero la transformación más relevante a nivel global ha sido el fenómeno del gas no convencional, que viene siendo saludado como ‘revolución’ desde hace algunos años (pocos). La publicación del World Energy Outlook-WEO 2012 de la Agencia Internacional de la Energía-AIE ha supuesto no sólo su confirmación para el gas, sino además su ampliación al petróleo no convencional, lo que sin duda supone un salto cualitativo. Las proyecciones de la AIE apuntan a que para 2035 Estados Unidos registraría un saldo exportador neto en gas natural cercano al 5% de su producción, siempre que haya infraestructuras de exportación disponibles. Aunque estas proyecciones (como todas) pueden ser discutibles, lo realmente significativo de la revolución del shale gas es que Estados Unidos se beneficia de precios del gas casi cinco veces por debajo de los europeos, y la AIE prevé que los precios europeos seguirán por encima de los estadounidenses al menos hasta el 2035. Las presiones de los lobbies industriales para convertir a Estados Unidos en un poder energético no convencional e impedir que se facilite la exportación de gas pretenden mantener esa ventaja competitiva.
Las implicaciones geopolíticas de esta transformación son evidentes sin necesidad de exagerarlas, pero como toda dinámica geopolítica relacionada con los recursos, podría ser más gradual de lo que se suele aventurar. Más allá del impacto inmediato en los precios y en los mercados norteamericanos, y los ya mencionados impactos sobre la competitividad industrial, la geopolítica de los recursos se basa en variables que sólo tienden a modificarse gradualmente, como la localización geográfica de los recursos y la magnitud de las reservas. Puede haber tecnologías o descubrimientos disruptivos, pero sus efectos se hacen sentir por norma general en años, incluso décadas. El hecho de que haya tiempo para la adaptación no es especialmente reconfortante, pues requiere de una cultura de planificación estratégica a largo plazo poco atractiva para los encargados de formular la política energética.
Entre las implicaciones más comentadas de la revolución (norteamericana) del gas no convencional se encuentra la eventual tendencia de Estados Unidos a desentenderse de proveer bienes públicos globales como la seguridad marítima, la navegación por estrechos estratégicos (choke points como Ormuz, Suez o Malacca), la seguridad de productores clave de Oriente Medio y África, o el acceso a los recursos del Caspio, por citar algunos ejemplos. Esto obligaría a europeos y asiáticos a proveer esa seguridad (o a convivir con un deterioro de su seguridad energética).
Aquí es importante distinguir bien entre petróleo y gas. Aunque Estados Unidos sea autosuficiente en petróleo, eso no lo hará independiente: seguirá ligado a un mercado global y fungible como el del crudo y a los precios que en él se fijen. El ejemplo más claro es Irán: aunque Estados Unidos no importaba ni un barril de ese país, el embargo le afectó vía precios, y de hecho se cuidó mucho de tejer una red de ‘waivers’ a modo de dispensas para escalonar y graduar el impacto en los precios. Si mañana Irán intentase bloquear Ormuz, la respuesta estadounidense sería inmediata. El caso del gas es diferente por la coexistencia de mercados regionales escasamente ligados, que explican los grandes diferenciales en los precios. Pero discurre por las mismas rutas que el crudo y tiende a producirse en las mismas regiones, con activa participación de empresas estadounidenses. No parece sensato que se protejan los petroleros y no los metaneros, o se priorice la seguridad de las inversiones estadounidenses de petróleo frente a las de gas. Por ello, aunque es cierto que Estados Unidos mirará en el futuro de manera distinta a Oriente Medio, seguirá mirando a la región. De hecho, es muy probable que la mire más por las razones geopolíticas que se expondrán más adelante.
Otra de las implicaciones que suelen derivarse de la revolución del gas no convencional es la marginalización geopolítica de los productores convencionales, que no es sino el complemento del argumento anterior. Algunos datos pueden ayudar a contextualizar la relevancia del gas no convencional. En el escenario de ‘Nuevas Políticas’ del WEO 2012, el gas no convencional (sobre todo shale gas) pasará de representar el 16% de la producción mundial de gas en 2011 a un 26% en 2035, suponiendo casi la mitad de su aumento en esos años. De ese incremento de producción no convencional, la mitad provendría de China (30%) y Estados Unidos (20%). Es decir, el gas convencional seguiría representando en 2035 el 74% de la producción. Y los mismos productores convencionales, con algunas excepciones, seguirían dominando la producción, aunque con un menor poder de mercado. Eso podría flexibilizar sus posiciones negociadoras y afectar a los precios, pero sólo en la medida en que la revolución no convencional se extienda fuera de Norteamérica y/o ésta decida exportar sus excedentes en vez de bajar sus precios. Hay cierto consenso entre los analistas sobre la lentitud con que los mercados regionales de gas pueden converger en precios y los límites (políticos y económicos) a su interconexión.
Desde la perspectiva europea, la falta de entusiasmo por explotar los recursos no convencionales se ha manifestado en los retrasos en llevar a cabo los estudios exploratorios y fundar las bases regulatorias para su desarrollo. El exceso de optimismo en la estimación de las reservas no convencionales de Polonia, rebajadas casi a la mitad, ha añadido la incertidumbre sobre la magnitud de las reservas recuperables. Esta incertidumbre es especialmente fuerte en los países del Este de Europa, pues a diferencia de lo ocurrido en Estados Unidos los datos históricos de las perforaciones se perdieron. Algunos autores incluso han alertado sobre el riesgo de que la revolución no convencional inhiba las inversiones en gas convencional (y renovables) para terminar defraudando las expectativas levantadas fuera de Norteamérica1.
Un estudio reciente de la UE concluye que el gas no convencional tendrá un impacto significativo en los mercados europeos sólo bajo supuestos muy optimistas2. Bajo el escenario más favorable en términos de producción y reservas, el gas no convencional distaría de hacer autosuficiente a la UE, pero sí podría reemplazar el declive de la producción actual, manteniendo la dependencia de las importaciones alrededor del 60%. Siendo una contribución significativa, el 40% del consumo de la UE seguiría dependiendo básicamente de sus proveedores tradicionales. Esto nos devuelve al campo geopolítico, donde algunos productores importantes pueden sufrir mutaciones, más que transformaciones.
Empezando por Rusia, en los últimos años se ha asistido a episodios como los cortes rusos de gas a Ucrania y, en última instancia, a la UE y a la competencia por el control de las rutas de transporte de Rusia con los productores del Caspio, tanto hacia la UE como hacia China. La reedición del ‘gran juego’ geopolítico en Asia Central en versión energética ha cautivado a analistas estratégicos, ejecutivos y decisores políticos. Su resolución seguirá estando en el centro de la geopolítica euroasiática de las próximas décadas, y aunque pueden aparecer otros actores, Rusia seguirá siendo su principal protagonista. Las decisiones rusas sobre qué campos de gas explotar, bajo qué condiciones para las compañías internacionales, y a qué clientes venderlo dependerán de la evolución de la segunda era Putin, un nacionalista energético convencido y consciente de que el gas es el principal resorte del poder ruso. La capacidad de la UE de gestionar su interdependencia energética con Rusia será crucial para los consumidores europeos.
Algo similar ocurre con el Golfo Pérsico, que sigue concentrando, tras Rusia, reservas, producción, exportaciones y yacimientos, y de la que Europa y España seguirán siendo importadores de GNL. Las nuevas capacidades de GNL de los productores del Golfo, y sus planes de expansión de la producción, seguirán manteniendo a la región en el escenario gasista mundial. Las políticas de extracción (y precios) de unos regímenes más exigidos fiscalmente por la necesidad de apaciguar las demandas socio-económicas de su población se extiende a todos los productores de Oriente Medio y del Norte de África tras la primavera árabe. El futuro de Irán bajo el embargo resulta sombrío, no sólo por las reservas y producción que saca del mercado, sino por la eventual respuesta iraní en caso de que aquél resulte política y económicamente insoportable para el régimen. Iraq, la otra gran promesa, sigue sumida en una situación de seguridad muy delicada que ha impedido realizar su potencial en materia de producción de gas. Qatar ha ganado en presencia internacional con su postura de acompañamiento a las revoluciones árabes, y Arabia Saudita planea acelerar sus planes gasistas para afrontar el aumento del gasto público en que viene incurriendo desde el comienzo de las mismas.
En Oriente Próximo, la situación en Siria se combina con la de Irán para hacer irrealizable la estrategia siria de los ‘cuatro mares’, que incluye construir un gasoducto para llevar el gas iraní al Mediterráneo. A esto se añade la aparición en la región de productores potenciales que, pese a una relevancia relativamente menor en términos de volumen, entrañan connotaciones geopolíticas significativas, como los recursos de gas offshore del Mediterráneo Oriental y sus implicaciones para Israel, Egipto, Chipre, Palestina, Líbano y Turquía.
Respecto al Norte de África, la región atraviesa desde comienzos de 2011 un periodo convulso que está teniendo un impacto significativo sobre España, pero que puede ser mayor en el futuro en función de las dinámicas que se consoliden en la región. Los temores sobre el futuro del Canal de Suez no se han materializado, pero sí las referidas a las exportaciones de gas egipcias. Egipto canceló el contrato de suministro a Israel tras sufrir el ramal israelí del Arab Gas Pipeline más de una docena de sabotajes y ha tenido que importar gas argelino para cumplir con sus obligaciones contractuales. En el momento de escribir estas líneas, los intereses españoles se han visto afectados directamente por la paralización de la exportación de gas desde la planta de GNL de Damietta, que llevaba meses sufriendo interrupciones de suministro intermitentes. En este contexto, la idea de prolongar el Arab Gas Pipeline hacia Turquía para entroncar con lo que quede de Nabucco resulta impensable.
En Libia, la guerra que acabó con el régimen de Gaddafi paralizó las exportaciones de GNL a España, al igual que las más importantes exportaciones de gas a Italia por el Greenstream. La situación del país presenta grandes incertidumbres desde la perspectiva de la seguridad, pero también de su futura gobernabilidad, y no sólo de su sector energético. La presencia de recursos naturales no sólo favorece la aparición de conflictos, sino que dificulta la pacificación y la gestión del post-conflicto. El ejemplo más claro es el de Irak, donde las tensiones entre el gobierno kurdo y el central de Bagdad han generado una situación de pluralismo legal en las concesiones (otorgando ambos gobiernos concesiones sobre los mismos campos) y conflictos fiscales y de gestión de infraestructuras. La relevancia de estos problemas quedó de manifiesto el 2 de marzo de 2013, cuando las exportaciones del Greenstream desde el complejo de Mellitah operado por ENI quedaron interrumpidas de nuevo por un ataque entre milicias rivales. En el momento de cerrar el texto se habían entablado negociaciones para solucionar el conflicto.
Finalmente, el ataque a la planta argelina de gas de In Amenas a principios de enero de 2013, seguida de otros ataques menores a infraestructuras argelinas, mostró una vez más que, al menos para España y otros países de la Europa mediterránea, la gran frontera geopolítica sigue siendo la más cercana. El complejo de gas húmedo de In Amenas es el cuarto productor de gas del país por importancia, y representa alrededor del 10% de la producción argelina. El gasoducto Transmediterráneo que exporta el gas hacia Italia a través de Túnez se vio afectado y redujo su flujo en un 15-20%. Fue la primera vez en que un ataque terrorista interrumpía las exportaciones argelinas de gas, alterando una de las bases de la seguridad energética en el Mediterráneo Occidental en lo que concierne tanto a la seguridad de suministro de los consumidores del norte como de la de demanda de los productores del sur. La situación en Argelia, primer proveedor de España de gas, es bien conocida y presenta numerosas dimensiones imposibles de abarcar en pocas líneas3.
Pero el deterioro de la seguridad en el espacio Sahelo-sahariano ha mostrado su capacidad de desestabilización sobre los productores norteafricanos. Además de la situación en Argelia y Libia, Túnez ha debido reforzar la seguridad de sus instalaciones al sur del país enviando tropas especiales. La operación Serval emprendida por Francia en Malí puede tener otros desbordamientos en la región, en la medida en que los yihadistas se vean empujados hacia el norte. Los analistas de seguridad coinciden en apuntar la capacidad del Estado argelino para mantener el control de su territorio y reforzar los recursos dedicados a la seguridad. Pero otros países de la región pueden resultar más vulnerables. Además de afectar a la construcción de eventuales infraestructuras como el gasoducto Trans-sahariano para exportar gas nigeriano aprovechando las infraestructuras de exportación argelinas; o la exploración y producción de recursos en zonas sahelianas, como en Níger o la propia Malí.
La situación en el Sahel también podría tener desbordamientos hacia el Golfo de Guinea, que alberga un productor de gas clave para España como Nigeria. Si el ejército francés no hubiese frenado y revertido la expansión yihadista en Malí, todavía en curso al redactar estas líneas, determinados estados africanos del Golfo de Guinea podrían haber caído en episodios de desestabilización. El escenario somalí es una de las disrupciones a prevenir en una región importante para el tráfico de buques gasistas y que ya ha registrado episodios repetidos de piratería. El escenario de coalescencia del yihadismo procedente del Sahel con el movimiento Boko Haram y la reactivación de los ataques a instalaciones energéticas de los grupos secesionistas del Delta del Níger plantean también incertidumbres sobre la evolución de Nigeria. Debe considerarse que el conjunto del Norte de África más Nigeria supuso en 2012 casi el 25% de las importaciones españolas de crudo, pero más del 63% de las de gas (en valor).
Hay otros aspectos emergentes, como los relacionados con el Ártico, tanto en lo que se refiere a recursos y la apertura de nuevas rutas de navegación, que podrían conjuntamente alterar el mapa energético mundial. Y finalmente, y esto hace tiempo que no es novedad, quedan pendientes los asuntos europeos, como la integración, interconexión y regulación de los mercados gasistas europeos; o, en clave internacional, la articulación de una política energética europea exterior creíble que permita afrontar todos los retos anteriores, más los que no se han mencionado y los que sin duda irrumpirán en el futuro.
1 Paul Stevens (2010) The 'Shale Gas Revolution': Hype and Reality. Chatham House Report, September; y (2012) The 'Shale Gas Revolution': Developments and Changes. Chatham House Briefing Paper, August.
2 Institute for Energy and Transport (2012), Unconventional Gas: Potential Energy Market Impacts in the European Union. European Commission, Joint Research Centre, Petten.
3 Véase Escribano, G. (2012), Gestionar la interdependencia energética hispano-argelina, Análisis del Real Instituto Elcano 44/2012.