¿Cómo calificaría la situación en la que se encuentra el conjunto de la Unión Europea, desde el punto de vista del aseguramiento del suministro de gas natural, tras el estallido de la guerra en Ucrania?
Hay que empezar por decir que la batalla de la sostenibilidad energética se libra en tres frentes simultáneos: el aspecto medioambiental, el económico y la seguridad del suministro. Es lo que se conoce como el trilema energético. En el caso de Europa, la dependencia energética constituye su talón de Aquiles. Así que, tras el estallido de la guerra en Ucrania, efectivamente cabe preguntarse por las alternativas de las que dispone la UE para satisfacer su demanda de gas en el caso de que Rusia decidiese cortar el suministro. Y, consecuentemente, cuáles serían sus repercusiones sobre los precios. Para disponer de una respuesta fiable, primero hay que conocer la situación de Europa en cuanto a su suministro de gas, especialmente el procedente de Rusia.
¿Cuáles serían a su juicio las cifras más significativas?
Las principales importaciones energéticas de la Unión Europea son el petróleo y sus derivados, que representan casi dos tercios de las importaciones, seguidos del gas natural (27%) y el carbón (6%). El problema puede surgir cuando una alta proporción de estas importaciones, vitales para nuestras economías, se concentren en pocos proveedores, ahí surge el riesgo de que la seguridad del suministro pueda verse amenazada. Y es precisamente lo que sucede con estos tres combustibles fósiles, que representan conjuntamente más del 71% de la demanda de energía primaria europea. En el mismo año 2019, casi dos tercios de las importaciones extracomunitarias de petróleo crudo procedieron de seis países: Rusia (27%), Irak (9%), Nigeria y Arabia Saudí (ambos 8%) y Kazajistán y Noruega (ambos con un 7 %). En el caso del gas natural, casi tres cuartas partes del volumen importado provino de cuatro países: Rusia (41%), Noruega (16%), Argelia (8%) y Qatar (5%). En cuanto al carbón, más de tres cuartas partes de las compras procedieron de tres países: Rusia (47%), Estados Unidos (18%) y Australia (14%). En definitiva, Rusia es el primer suministrador de tres fuentes de energías primarias fundamentales para Europa.
¿En qué escenario nos colocaría una interrupción del suministro del gas procedente de Rusia? ¿Y cómo podría afectar a España en concreto?
Está claro que un hipotético corte de suministro afectaría de forma muy desigual a los países de la Unión Europea, y ello condicionado por dos factores: por un lado, el diverso grado de dependencia de las importaciones vía gasoducto desde Rusia, y por otro la capacidad, también muy diferente en función de los países, de importar gas por barco en forma de GNL. España en concreto se vería muy poco afectada, ya que no estamos conectados al sistema de gasoductos ruso, y además disponemos de un gran potencial para acudir a diferentes fuentes de aprovisionamiento gracias a una notable infraestructura de plantas de regasificación que pueden recibir por mar gas licuado procedente de cualquier otro suministrador mundial. Esa sería la alternativa para varios de nuestros socios europeos ante la eventualidad de un súbito corte en el aprovisionamiento del gas ruso: incrementar sus importaciones de GNL desde otros proveedores. Pero sería una solución no exenta de obstáculos.
¿Como cuáles?
Hay una primera pregunta esencial a contestar: ¿cuánto más GNL podría procesar Europa en sus terminales? Porque es cierto que las fuertes inversiones en plantas regasificadoras no se han aprovechado en todo su potencial. En 2021, por ejemplo, las terminales de importación funcionaron al 45%. Pero al mismo tiempo hay que tener en cuenta su ubicación geográfica. Por poner los dos ejemplos extremos: Alemania, el mayor consumidor de gas de la UE, no dispone de ellas. Y, por el contrario, España tiene una cuarta parte de toda la capacidad de almacenaje del continente, pero su red gasista está prácticamente aislada de la europea, de manera que poco podría hacer para ayudar a sus socios en una situación de apuro.
Con unos precios de la energía desbocados en los últimos meses ¿en qué escenario nos coloca la guerra ruso-ucraniana desde la perspectiva de los mercados?
Yo diría que el conflicto bélico viene a agravar una situación que viene condicionada por circunstancias previas. Por un lado, porque da la impresión de que, en vez de empeñarse en mantener el necesario equilibrio entre los tres parámetros que integran el trilema energético, Europa ha apostado por concentrarse en dar una respuesta a la innegable emergencia climática, descuidando los frentes de la economía y la seguridad de suministro. La sucesión de imprevistos que, desde la segunda mitad del año pasado, están sucediéndose en los mercados globales de la energía constituyen una verdadera prueba de fuego para la sostenibilidad energética de la UE. Los desequilibrios oferta-demanda asociados a la evolución de la pandemia y, en el caso de la UE, la especulación en los mercados del CO2, han provocado espectaculares subidas de precios del gas natural, el petróleo y la electricidad, que han repercutido muy seriamente en la industria y el poder adquisitivo de los ciudadanos. En este sentido, la crisis de Ucrania viene a sumarse como otro elemento negativo más, y está suponiendo una importante presión adicional sobre la seguridad de suministro.
¿Se han tomado medidas preventivas a lo largo de este tiempo, especialmente por aquellos países europeos más dependientes del gas ruso?
La UE ha propuesto importar más gas natural licuado y acelerar la transición energética. Sin embargo, la primera opción podría incrementar aún más los precios de la energía, dado que el GNL transportado por mar es significativamente más caro que el transportado a través de gasoductos. En cuanto a la segunda alternativa, además de no ser viable a corto plazo, tampoco soluciona el problema de la seguridad de suministro a medio y largo plazo: los yacimientos de minerales críticos para la transición energética (como el níquel, el cobalto, el cobre, el litio o las tierras raras) están concentrados en muy pocos países, aún menos que los productores de petróleo o gas natural hoy en día, y este es un asunto que no suele mencionarse y que requeriría mucha más atención. En cualquier caso, la seguridad de suministro ha sido y es el flanco más débil de la sostenibilidad energética europea. Dependemos cada vez más de unos mercados de aprovisionamiento a menudo poco transparentes, sujetos a tensiones geopolíticas y, por tanto, muy volátiles. Y cuya evolución al alza impacta tanto en los países en general como en la vida cotidiana de sus ciudadanos. Y a ello se suma la preocupación ambiental, asociada sobre todo a la amenaza del cambio climático en un futuro más o menos lejano, pero también a problemas ya existentes, como la calidad del aire en nuestras ciudades. La política energética de la UE se ve condicionada por este complejo conjunto de circunstancias.
¿Están en riesgo los objetivos medioambientales?
Volviendo al concepto del “trilema energético”, lo aconsejable es tratar de buscar un equilibrio dinámico, adaptado a cada caso concreto y a la coyuntura, entre los tres factores: medio ambiente, economía y seguridad del suministro. En otras palabras, no poner el acento en solo uno de ellos descuidando los otros dos. Debemos aspirar a un sistema energético que sea al mismo tiempo lo más limpio, barato y seguro posible. Es decir: no nos podemos conformar con un suministro seguro y relativamente barato, aunque medioambientalmente sucio; pero tampoco es viable aspirar a un suministro limpio a costa de descuidar la seguridad o los costes.
¿Podría esta crisis acelerar el desarrollo de alternativas que reducen la dependencia energética del exterior, como el gas renovable (biogás, biometano, hidrógeno verde)?
Es muy posible que así sea. Tras el estallido de la guerra de Ucrania, la vieja relación energética entre la UE y Rusia parece condenada a un divorcio inevitable. La voluntad europea de reducir su dependencia de Rusia parece haberse fortalecido Por otra parte, la UE está apostando fuerte por su Pacto Verde. El proyecto para transformar en varias décadas el sistema energético europeo contiene propuestas de política exterior. Pero ahora estas se ven de manera diferente: por ejemplo, el ministro de finanzas alemán ha empleado el término "energía de libertad" para referirse a las renovables y otras fuentes autóctonas, como el biogás y el hidrogeno verde, un giro notable para un país que hasta hace nada veía el comercio de gas con Rusia como un medio para construir la paz. Rusia puede seguir siendo una superpotencia energética, pero la UE, en lo que a ella concierne, quiere reducir el período de vigencia de este calificativo.En cualquier caso, convendría no olvidar que, aunque la UE y Rusia se encaminen a un divorcio energético, todavía dependen el uno del otro. La mayoría de las exportaciones de los hidrocarburos de Rusia se dirigen a la UE y, hoy por hoy, esta no puede vivir sin el gas ruso. En la vorágine de la guerra parecen posibles acontecimientos previamente inimaginables: un embargo occidental a los suministros energéticos desde Rusia o un corte, preventivo o de represalia, por parte de este último país. De modo que mientras el panorama a largo plazo va definiéndose, lo que sucederá en los próximos cinco días, cinco meses e incluso cinco años, resulta incierto.
¿Con qué opciones cuenta Europa a la hora de buscar suministradores alternativos? ¿Y en qué plazos podrían estar disponibles para asegurar el abastecimiento?
La disponibilidad de suministros alternativos es, en efecto, un segundo obstáculo, y acaso el principal. Los principales exportadores mundiales de GNL (EE. UU., Australia y Qatar) están casi al máximo de su capacidad, necesitarían mucho tiempo para expandir la licuefacción y las exportaciones. La única esperanza a corto plazo para Europa sería pujar por los cargos de gas existentes y destinados a otros destinos. Pero resulta que Asia también lo demanda en grandes cantidades. Las importaciones de China, sin ir más lejos, crecieron un 82% entre 2017 y 2020, ya han superado a Japón como el mayor importador del mundo, y obviamente este último país mantiene su demanda. Alrededor del 70% del GNL se comercializa en el mundo bajo contratos de 10 o más años de duración. Europa se ha inclinado históricamente por mercados al contado y contratos de corta duración. Esto ha llegado a suponer precios ventajosos, pero en caso de un corte de suministro Europa quedaría en una situación muy precaria, habría que pujar muy fuerte, lo que se traduciría en precios aún más altos que los actuales, con el consiguiente impacto sobre las economías de los países miembros de la UE y, en última instancia, sobre el poder adquisitivo de sus ciudadanos. En cuanto a potenciales suministradores más cercanos geográficamente, hay que decir en primer lugar que, pese a la construcción de nuevos gasoductos, las importaciones desde Noruega -el segundo mayor proveedor de la UE- se han estancado en torno a 9 bcf/d, ya que la producción en los nuevos yacimientos del mar de Barents no logra compensar el declive experimentado por los campos ya maduros del mar del Norte. En cuanto a Argelia, su gas llega a Europa fundamentalmente a través de España, pero nuestras limitadas conexiones gasistas con el resto del continente son incapaces de transportar el volumen de demanda requerido.