Por Pilar Ortega
¿Cree que es posible representar con humor el Holocausto?
El Holocausto se ha representado de mil maneras. Yo creo que lo mejor es provocar una distancia y ver todo con ojos diferentes. George Tabori utiliza el humor para contar la experiencia de su madre. Y lo que sorprende es que lo emplea para contar una situación tremenda. Y eso, en vez de provocar evasión genera profundización en el tema. Incluso hay gente que dice que como muscularmente se produce una relajación al reír, tu pecho está más abierto a la emoción. El humor te impide acomodarte, es un gesto de rebeldía… Sí, es un elemento de resistencia, pero hay que huir del sentimentalismo y del sensacionalismo.
¿Es la primera vez que aparca a sus autores fetiche, los clásicos?
No. Yo nunca abandonaré a Shakespeare, pero he tenido la fortuna de trabajar con textos diferentes. Estoy pensando en “Sigue la tormenta”, de Enzo Cormann, una obra escrita en el año 90 que dirigí para mi compañía, Ur Teatro, y que trataba con una inteligencia asombrosa la barbarie del ser humano. Era un ejercicio intelectual centrado en el teatro de la memoria y que funcionaba de forma magistral. A mí, “Coraje de madre” me ha enseñado lo importante que son los límites de la representación. Yo intento apelar al distanciamiento, porque si te acercas mucho, anulas la capacidad de pensamiento. Con esta obra lo he pasado muy mal, pero he intentado ofrecer belleza y luz desde el escenario. La luz está en la sonrisa y en la sinceridad con que dices un texto, pero huyendo del sentimentalismo por una razón ética. Y el de Tabori es un texto muy esencial.
¿Qué diría Shakespeare de una obra como ésta?
Tabori es tan teatral que Shakespeare le admiraría profundamente. Tabori es como un clásico y a veces no sabes dónde está lo serio y dónde está el humor. Él esquiva el dolor y profundiza en el pensamiento a través de la inteligencia del humor.
Parece que vivimos una nueva edad de oro en el teatro
Sí. Es muy llamativo. Este tiempo extraño ha coincidido con un nivel de teatro profesional importantísimo. De una calidad incuestionable. A raíz del covid, todos los profesionales de la escena tuvimos dudas de lo que iba a suceder después. Pero en el Teatro de la Comedia, con las obras de la Compañía de Teatro Clásico, cada noche era una fiesta. Porque el público llega y lo sentíamos ahí. Con la pandemia, hubo un momento de inquietud, y de hecho la asistencia bajó un poquito, pero ha resurgido con fuerza. Quizá porque tenemos necesidad de compartir algo muy humano en directo, el trabajo en vivo es un arte vivo, donde la asamblea con el público es una liturgia extraordinaria. A mí la gente me dicho cosas muy bonitas. El público llega con sus preocupaciones y agobios diarios y el teatro es un bálsamo que apela a su inteligencia. Y eso se agradece.
¿Cuál es su próximo proyecto?
Ya tengo bastante con “Coraje de madre” y con mi codo roto. Metí la pierna en un hueco abierto de la vía pública y me provoqué una fractura que me ha tenido parada bastante tiempo. Estoy en una época complicada. Ahora prefiero tomarme mi tiempo y parar un poco. Cuando salí del Teatro Clásico, tomé la decisión de separar un poco los montajes para disfrutarlos y no ir con el agua al cuello. Es mejor elegir y no hacer todo lo que se me ocurre y me proponen. También ya tengo otra edad y la ambición se enfoca de otra manera. Ahora pienso mucho más en mi madre y en mis hijos. No quiero correr. Quiero disfrutar, no quiero quejarme. Además, los ocho años que pasé en la CNTC fueron años fantásticos de los que estoy muy orgullosa. Fue un regalo de la vida.
¿Qué sería de Helena Pimenta sin el teatro?
Fíjate, yo descubrí el teatro de mayor. Había enfocado mi carrera profesional hacia la universidad, así que el teatro fue una vocación tardía en mi caso. Pero fue un descubrimiento extraordinario. Es un lenguaje con el que entiendo el mundo. Y voy tirando muy bien.
¿El teatro puede hacer del mundo un espacio mejor?
Hacer de la vida un lugar mejor siempre me lo he planteado como un objetivo personal. Desde niña pensaba que en la vida había que comportarse con bondad, porque estaba convencida de que cada gesto diario puede hacer de la vida algo mejor o peor. Y eso lo he mantenido intacto desde que era una niña ingenia hasta ahora. Pienso que los gestos diarios de cada uno son importantísimos para que la vida sea mejor. Y los que trabajamos con lo artístico tenemos la suerte de que la gente se sienta a ver lo que hacemos y se toma su tiempo, nos dan la oportunidad de contar una historia. Por eso, es obligatorio que seamos lo más honestos posibles y que hablemos de lo humano y nos hagamos las preguntas necesarias para seguir siendo críticos con la destrucción, con la humillación, la traición o con un acontecimiento del siglo XX tan terrible como el Holocausto.